• Autor de la entrada:
  • Tiempo de lectura:6 minutos de lectura

Este mensaje lo recibí por email hace un par de días, la verdad ya lo había leído tiempo atrás y quería publicarlo pero como es habitual, en una limpieza de la bandeja de entrada fue a parar a la papelera y de allí, al que supongo existe, basurero virtual de internet donde las empresas de reciclaje hacen uso de bits inservibles para otros.
EL correo relata la primera semana en el gym de un ejecutivo adulto contemporáneo promedio, que nunca en su vida ha realizado ejercicio físico luego de haber terminado el cole, porque hacer zapping con el mando de la tele no puede ser considerado como deporte o entrenamiento físico.
Esta fue su experiencia.
Con motivo de mi trabajo sedentario y la consecuente acumulación de grasa en la barriga, la empresa me ofreció un servicio de entrenamiento personal en un reconocido gimnasio.
Lo acepté gustoso y hasta fui personalmente a hacer mi reserva, me asignaron una entrenadora personal llamada Nadia, una escultural instructora de 26 años, modelo de ropa deportiva como pude observar en los posters allí colgados.
Ella me explicó que sería muy útil anotar mis experiencias en una ficha para poder observar yo mismo mi progreso, así lo hice y quisiera compartirlo con ustedes.
Día 1
Me he levantado a las 6 de la mañana como habíamos quedado. Es bastante difícil levantarse de la cama para ir al gimnasio, pero todo cambió cuando llegué y vi que Nadia estaba esperándome.
Parecía una diosa griega: rubia, ojos verdes y una gran sonrisa, con unos labios carnosos y espectaculares. ¡Qué cuerpo! Me hizo un tour, me mostró los aparatos y me tomó el pulso después de 5 minutos en la bicicleta fija.
Se alarmó de que mi pulso estuviera tan acelerado, pero yo aproveché para piropearla y se lo atribuí a ella, que estaba vestida con una mallita de lycra que se le metía en el trasero.
Disfruté bastante viéndola dar su clase de aerobics, después de terminar mi inspirador día de ejercicio. Nadia me mantenía motivado para hacer mis abdominales, a pesar de que ya me dolía mucho la barriga.
Día 2
Me tomé dos tazas de café, y finalmente logré salir de mi casa. Nadia hizo que me recostara boca arriba, me puso a levantar una pesada barra de metal y después se atrevió a ponerle… ¡pesas!
En la cinta andadora mis piernas estaban un poco temblorosas, pero logré completar un kilómetro. Su aprobadora sonrisa y su guiño cómplice hicieron que todo valiera la pena.
¡Me sentía fantástico! Era una nueva vida.
Día 3
La única forma en que pude lavarme los dientes fue poniendo el cepillo sobre el lavabo y moviendo la cabeza a ambos lados encima de él.
Creo que tengo una hernia abdominal. Conducir no fue nada fácil: de sólo frenar el coche me dolían hasta los pelos del culo. Me estacioné encima de una motito repartidora de pizzas.
Nadia se impacientó un poquito conmigo por considerar que mis gritos de dolor molestaban a los demás socios del club. La verdad que su voz me resulta un poco aguda a tan tempranas horas de la mañana y cuando levanta la voz se vuelve nasal, es muy molesta.
Me duelen los huevos cuando me subo a la cinta andadora, así que Nadia me cambió a la escaladora.
Me pregunto: ¿por qué diablos alguien inventa una máquina para hacer algo que se ha vuelto obsoleto con el uso de los ascensores?
Ella me dijo que me ayudaría a ponerme en forma y a disfrutar a pleno la vida. Otra de sus gilipolleces.
Día 4
Nadia me estaba esperando con sus jodidos ojos verdes clavándomelos como un puñal y su burlona sonrisita al estilo Jack Nicholson en Batman.
No pude evitar llegar media hora tarde: fue el tiempo que me llevó acordonarme las zapatillas de deporte. La muy cabrona me puso a trabajar con las mancuernas pero, cuando se distrajo, salí corriendo a esconderme en el baño.
Mandó a otro entrenador a buscarme y como castigo, me puso a trabajar en la máquina de remar y se me escapó un pedo que escuchó todo el gimnasio.
Nunca pasé tanta vergüenza en mi vida.
Día 5
Odio a Nadia más que a cualquier otro ser humano en el mundo. Jodida anémica, con esos labios con colágeno, platinada, sin cerebro.
Si hubiese una parte de mi cuerpo que pudiese mover la molería a patadas en el culo. Quiso que trabajara en mis tríceps. ¡YO NO TENGO TRICEPS!
Si no quiere que rompa el parquet del gimnasio que no me pase las putas barras o cualquier otra cosa que pese más que un sandwich.
La bicicleta fija me hizo desmayar y me desperté en la cama de una nutricionista, otra jodida flaca que me dio una cátedra de alimentación sana. La desgraciada no tiene la más puta idea de lo que es tener hambre.
¿Por qué no me pudo tocar alguien más tranquilo, como un maestro de costura o un estilista?
Día 6
La muy hija de puta de Nadia me dejó un mensaje en el contestador con su vocecita mamonsísima preguntándome por qué no fui hoy.
De solo escucharla tiré el teléfono, pero luego no tenía la fuerza suficiente ni para levantarlo, ni para levantar el control remoto de la tele, así que me aguanté 11 horas seguidas viendo un solo canal de televisión.
Maldito National Geographic, me tuve que tragar una de pajaritos apareándose y yo que no follo desde hace 6 días.
Día 7
Le pedí al chofer de la camioneta de la Iglesia que me viniera a recoger para ir a misa y agradecerle a Dios que esta semana haya terminado.
También recé para que el año que viene la empresa me mande a algo un poco más útil: una endodoncia, un cateterismo, un análisis de próstata.