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Una de las grandes lecciones que nos proporciona el deporte y que podemos trasladar si queremos a nuestra vida diaria es que las cosas no son tan simples como parecen, y que cuando hablamos, tratamos y sufrimos a grupos aún menos.
Esto es simplemente se refleja, cuando vemos que proyectos deportivos basados en el talonario o el silbato no consiguen los objetivos marcados, y la frustración se hace aún mayor y más devastadora.
Ni talonarios ni silbatos 1De hecho, lo más curioso de esto, es que se entra en una especie de espiral derrotista, ya que cada fracasado es automáticamente respondido con más talonario y más silbato, como si algo fuera a modificar o cambiar lo previamente acontecido.
No hay ningún grupo que se mantenga en lo más alto sin una pequeña o más bien gran dosis de cohesión interna. En eso debemos luchar y trabajar, ya que si conseguimos un grupo unido, conseguimos que todos ellos luchen por el objetivo común, dejando de lado sus diferencias.
Esto crea las dinámicas positivas y poderosas, ya que justamente son las que motivan al jugador a aprender e ir más allá, a querer mejorar, y eso, al propio entrenador le produce una motivación extra, que conduce a un mejor entendimiento con los jugadores.
Los silbatos, entonces, dan paso a las palabras, a las conversaciones y al trabajo duro, el sudor. Que no dejan de ser los elementos que nos llevaran a la victoria. Si no, siempre podemos irnos a los ejemplos, de aquellos equipos o selecciones (aprovechando el mundial) que se mantienen allí arriba sin apenas estrellas o grandes individualidades, y en cambio, otras selecciones más dotadas de jugadores de relumbrón no son capaces de pasar las primeras fases.
La pasión, ilusión y cohesión del rival los hace chocar una y otra vez. Dejemos de lado los silbatos y los talonarios.